
Si tuvieran que explicar el arte a una liebre muerta, ¿qué harían?, ¿qué dirían?, ¿cómo lo explicarían? Esta hipótesis, que parecería algo absurda, al final, tiene todo el sentido del mundo. Hay veces que racionalizamos tanto los procesos creativos que olvidamos lo importante del arte: sentirlo, vivirlo.
Joseph Beuys (1921-1986) fue un artista alemán que quiso dar respuesta a esta interrogante. Cuando era joven, le tocó combatir en la Segunda Guerra Mundial como piloto de la Luftwaffe. En 1944, su avión se estrelló cerca de la península de Crimea, estando a punto de morir congelado. Unos nómadas tártaros lo encontraron y lo envolvieron en fieltro y grasa animal para rescatarlo de una muerte inminente. Este hecho lo marcaría y haría recordatorios constantes de estos elementos en su arte.

Terminada la guerra, retomó su vida y se metió a estudiar arte, y posteriormente se convirtió en profesor de escultura. Dentro de él había una fascinación por comunicar el arte, de hacerlo universal, para todo tipo de público, ya que desde mucho antes, parecía que sólo las élites eran las apropiadas para poderlo comprar y disfrutar.
Paralelamente a la carrera docente de Beuys, en 1962, se empieza a cocinar un movimiento artístico y social llamado Fluxus. Éste invertía la idea de Marcel Duchamp de convertir un objeto cotidiano –como un mingitorio– en un objeto artístico o un readymade; Fluxus buscaba disolver el arte en el día a día. El arte ya no era una mercancía accesible para unos pocos, era interdisciplinario de todas las prácticas plásticas con un lenguaje amigable para todo tipo de públicos basado en lo popular y en el juego.
Esta revolución artístico-social tuvo un impacto importante en Estados Unidos, Japón y algunos países de Europa, entre ellos, Alemania, ejerciendo una influencia decisiva en los performances y en el videoarte. Y con esto, Joseph Beuys no sólo se adentró en este movimiento, sino que se convirtió en uno de sus mayores representantes.
El 11 de noviembre de 1965, Beuys se viste con un chaleco de fieltro y se embarra miel y polvo de oro en la cara para crear una especie de máscara. Los pies del artista, también están forrados en fieltro para no hacer ruido, aunque en uno de sus tobillos tiene una chapa de cobre que resuena al caminar. En sus brazos lleva una liebre muerta, a quien carga con mimo. En la Galería de Arte Düsseldorf se pasa un tiempo sentado. Luego se para y se pasea por las salas, parándose de cuadro en cuadro, y susurrándole explicaciones de las obras a la liebre. El público que se asomaba por las ventanas arropadas de malla de gallinero veían anonadados la escena de tres horas. ¿Qué estaba ocurriendo?

Beuys estaba haciendo un performance, donde la realidad no era representada, sino presentada. El artista, con semblante a chamán, no estaba actuando, simplemente era un artista jugando a ser artista, creando contenidos llenos de carga sensible, poética e intelectual para que el público espectador pudiera imaginar y crear sus propias conclusiones, fuera y receptor activo que pusiera en marcha su atención y percepción.
A través de este performance llamado Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta, Beuys quería mostrar que muchos humanos que dicen “disfrutar del arte” tienen menos capacidad de intuición por comprobarse seres racionales que con animales, incluso ya muertos. Este mensaje era claramente una llamada de atención: no muchas veces estamos realmente conscientes de que estamos disfrutando un pequeño placer porque estamos más pendientes en las razones y en los beneficios de nuestras acciones, en vez de dejarnos llevar por la contemplación y ser libres.
Muchas veces nos impacta la forma sobre el fondo. Viendo semejante escena, el rostro dorado y el animal muerto son demasiado estrafalarios y escandalosos como para entender el sentido pedagógico y comunicativo del artista haciendo arte. Observando a Beuys murmurando palabras a la liebre, el público exterior cree que es el artista que le está enseñando sobre la vida, sobre el arte, y sobre sus autores preferidos, Schiller, Eliot, Carroll… Pero es la liebre la que le está enseñando a Beuys. Ella ya está muerta y le importa poco las banalidades. Ella, está muerta, como los consumidores de arte y la sociedad que se autodenomina artística. Pero ella, al estar muerta, muestra que su naturaleza es arte y que su fin también fue arte, no como el público que dejó de preocuparse por lo frágil, lo bello, lo delicado, lo sensual, y sólo le importa ahora lo meramente estético y superficial.