
Me gustan las historias de “amores supernova”, esos amores que tal vez no son muy duraderos, pero que al explotar desprenden destellos de luz que pueden durar años en la psique de la gente. Pienso en Elizabeth Taylor y Richard Burton, en Salvador Dalí y Gala Éluard, en Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, en Pierre y Marie Curie, en Humphrey Boggart y Lauren Bacall, en Felix Gonzalez-Torres y Ross Laycock… y de esta última pareja hablaremos en esta ocasión.
El tiempo es el único bien no cuantificable que todo el mundo posee, y que todo el mundo quisiera más. Unos lo describen como una magnitud física con la que se mide la duración entre un acontecimiento y otro; otros creen que su existencia permite ordenar hechos de manera secuencial; y la mayoría de las personas creen que su tiranía reside en 24 horas donde se debe cumplir con una rutina para subsistir. Pensar en el tiempo es entrar en una aporía filosófica: ni San Agustín de Hipona podía definirlo cuando estaba pensando en él.
“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente.”
Confesiones, XI, XIV, 17
Sea como sea, cada segundo, cada minuto que pasa, desaparece en el cúmulo de momentos que ya fueron, como un grano tras otro en un reloj de arena, pero lo bueno y lo malo, dependiendo del crisol con que se mire, es que no sabemos cuántas partículas de vida quedan en el contenedor. Y eso hace que la vida sea una aventura maravillosa.

Felix Gonzalez-Torres –escrito adrede sin acentos debido a una declaratoria suya en contra del país que creó el castellano–, nació en Guáimaro, Cuba, el 26 de noviembre de 1957. Cuando tenía 13 años, él y su hermana fueron mandados a un orfanato católico en Madrid. La experiencia no tuvo que ser buena, ya que después de pocos meses, se trasladaron a vivir con un tío a Puerto Rico. Nueve años después, viajaría a Nueva York para descubrir su camino como artista.
Estudió en el Pratt Institute, pero su verdadera formación provino de las películas, de la televisión, de la literatura, y de la poesía. Era más constructivo leer a Roland Barthes y a Emily Dickinson que escuchar a un profesor hablar sobre líneas y volúmenes. Así fue que, pese a que el arte entre los años setenta buscaba la crítica socio-política contra Vietnam y la sensibilización y la construcción de la identidad homosexual, Gonzalez-Torres decidió que su arte no iba a ser una catarsis, sino una experiencia.
En 1987, se integró a Group Material, un colectivo de artistas que alentaba los asuntos sociales y el activismo odiando el comercialismo de las galerías. Yendo más allá de la contracorriente, Gonzalez-Torres entendió que para ir contra el sistema, se deben seguir las mismas reglas que impone ese mismo sistema. Así, sus esculturas e instalaciones minimalistas fueron, poco a poco, apreciadas por el mundo del arte. Pero a él no le importaban las galerías, ni los críticos, ni el público, todo lo que hacía iba dedicado a su gran amor: Ross Laycock.

Odiaba las etiquetas de “gay” y “homosexual”; su realidad era simplemente la de un hombre enamorado. Era una persona normal, con filias y fobias, pero lo que realmente le aterraba era el tiempo. En su obra Untitled (Perfect Lovers) de 1991, realizó una simple instalación con dos relojes idénticos de pila que van marcando simultáneamente la misma hora, pero con el tiempo, su sincronía se va perdiendo. Y no es culpa de nadie, simplemente así son las cosas.
“El tiempo es algo que me asusta. . . o solía hacerlo. Esta pieza que hice con los dos relojes fue lo más aterrador que he hecho. Quería afrontarlo. Quería esos dos relojes justo delante de mí, haciendo tictac.»
Felix Gonzalez-Torres
La idea es existir juntos, envejecer juntos, pero tarde o temprano uno de ellos dejará de funcionar y esa sincronía, de ir en paralelo, cesará. Y eso fue lo que sucedió en la vida real: Laycock muere de SIDA en 1991.
Premonitoriamente, Gonzalez-Torres le había escrito a su pareja:
“No tengas miedo de los relojes, son nuestro tiempo, el tiempo ha sido tan generoso con nosotros. Dejamos huella en el tiempo con el dulce sabor de la victoria. Conquistamos el destino al encontrarnos en un TIEMPO determinado en un lugar determinado. Somos productos del tiempo, así que devolvemos el crédito a donde se debe: el tiempo. Estamos sincronizados, ahora y siempre. Te amo”.
Felix Gonzalez-Torres
Felix Gonzalez-Torres, cubano, siempre fiel a sus raíces y a su idioma natal, consciente de los problemas y necesidades sociales, artista dedicado a su musa, muere también de SIDA en 1996. Esta obra es una de los tantos testimonios de amor que creó, y que inspiran a otros a querer y amar con el mismo fervor, sin importar las etiquetas, solamente la pureza del sentimiento.