
Shakespeare es reconocido por la calidad de su dramatismo y por crear historias donde sus personajes viven (y mueren) trágicamente. Un elemento recurrente en sus obras es el tormento de sus figuras principales, muchas de ellas jóvenes, que evoca la pasión desenfrenada, la falta de templanza y el ímpetu de la juventud. Un ejemplo de esto es Hamlet, donde el príncipe danés de este nombre es visitado por el fantasma de su padre –quien fuese asesinado por su propio hermano, Claudio–, para reclamar venganza. El amor no podría faltar, y el interés romántico de Hamlet es Ofelia, que a su vez tendría una muerte complicada debido al conjunto de saber que su prometido mató a su padre y que recogiendo florecillas en el bosque, cayó de un árbol y murió ahogada.
“There is a willow grows aslant a brook, That shows his hoar leaves in the glassy stream; There with fantastic garlands did she come Of crow-flowers, nettles, daisies, and long purples That liberal shepherds give a grosser name, But our cold maids do dead men’s fingers call them: There, on the pendent boughs her coronet weeds Clambering to hang, an envious sliver broke; When down her weedy trophies and herself Fell in the weeping brook. Her clothes spread wide; And, mermaid-like, awhile they bore her up: Which time she chanted snatches of old tunes; As one incapable of her own distress, Or like a creature native and indued Unto that element: but long it could not be Till that her garments, heavy with their drink, Pull’d the poor wretch from her melodious lay To muddy death.”
Hamlet, Acto IV, Escena VII
«Donde hallaréis un sauce que crece a las orillas de ese arroyo, repitiendo en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas pálidas. Allí se encaminó, ridículamente coronada de ranúnculos, ortigas, margaritas y luengas flores purpúreas, que entre los sencillos labradores se reconocen bajo una denominación grosera, y las modestas doncellas llaman, dedos de muerto. Llegada que fue, se quitó la guirnalda, y queriendo subir a suspenderla de los pendientes ramos; se troncha un vástago envidioso, y caen al torrente fatal, ella y todos sus adornos rústicos. Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato sobre las aguas, semejante a una sirena, y en tanto iba cantando pedazos de tonadas antiguas, como ignorante de su desgracia, o como criada y nacida en aquel elemento. Pero no era posible que así durarse por mucho espacio. Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían la arrebataron a la infeliz; interrumpiendo su canto dulcísimo, la muerte, llena de angustias».
La figura de Ofelia, figura de la inocencia que muere, inspiró a varios artistas como del siglo XIX, siendo la Ofelia de Arthur Hughes la primera en exponerse en la Academia Real de Londres. John William Waterhouse recoge a este entrañable personaje en tres momentos clave del drama shakespeariano: en su Ophelia de 1910, la joven aparece de pie, en pleno marco boscoso, con la mirada enajenada y multitud de flores; en su Ophelia de 1894, de suaves tonos pastel, la muchacha se encuentra sentada sobre un tronco; y en su Ophelia de 1889 yacente pero no flotando ni sumergida en las aguas, sino sobre un estanque vegetal. Felice Carena con su Ofelia de 1912 donde escogió un formato estrecho y alargado como un ataúd. Ofelia entre las flores del pintor simbolista francés Odilon Redon ofrece una Ofelia seducida por la Naturaleza. La acuarelista Frances MacDonald la retrata como una mujer-flor o una ninfa. Y por último, tenemos el cuadro más famoso de este libro, el de John Everett Millais.
Millais fue un niño prodigio que entró en la prestigiosa Royal Academy con solo once años, y al conocer a William Holman Hunt, y Dante Gabriel Rossetti, tres años después, en 1848, creó una sociedad secreta de artistas que se arraigó en la Inglaterra victoriana. Conocidos como los prerrafaelistas, los miembros de esta hermandad creían que la pintura había florecido antes del Renacimiento, citando el enfoque idealista de Rafael de los temas como la caída de la disciplina secular. Esta hermandad escupió sobre lo establecido y se dedicó a pintar sobre temas bíblicos, literarios y medievales, al más puro estilo Romántico.
Fascinado por la transición de Ofelia a sirena, Millais realizaría la obra en dos fases perfectamente distinguidas, en un primer lugar pintaría el paisaje y en segundo lugar la figura de la joven. En cuanto al paisaje, Millais lo realizaría mediante la observación del natural, en la actualidad se conoce el lugar exacto en el que se realizó la pintura, se trataría del río Hogsmill, cerca de Ewen. En cuanto a la joven, Elizabeth Siddal, pasó largas horas metida en una bañera con el fin de que Millais pudiera recoger lo más fielmente posible los efectos del agua sobre el vestido y la piel.

La joven es representada con la boca entreabierta y con los ojos mirando al vacío, como si fuera su último hálito de vida y como si estuviese encomendándose a la muerte. Su rostro blanquecino y sus manos relajadas dejan escapar el ramillete de flores de las manos muestran una rendición. Uno de los elementos más importantes del cuadro es el de las plantas y flores, que simbolizan entre sus pétalos y hojas, la tragedia de la joven.


Elizabeth Siddal o Lizzie, como prefería ser llamada, tenía 18 años en el momento de fungir como la modelo de Millais. En ese entonces trabajaba en una sombrerería, pero por su gran melena pelirroja fue la musa de muchos artistas de la Hermandad. De hecho, se casó con Rosetti, que obsesionado con ella, no permitió que otros utilizaran su belleza para sus obras. Lizzie fue una muchacha débil que se pasó buena parte de su vida recurriendo al láudano y otros fármacos para paliar los constantes declives de su salud; incluyendo los restos de neumonía que contrajo al estar tanto tiempo en la bañera helada para la obra de Millais. Entre sus enfermedades, las infidelidades de Rosetti y haber dado a luz a dos bebés muertos, Elizabeth, como una Ofelia moderna, se suicidó tomando una sobredosis de láudano, buscando un apoyo frente a la batalla interna que tenía en contra de la melancolía que la atormentaba.