
Ayako Rokkaku nació en Chiba, Japón, en 1982. Sus primeras creaciones las hizo cuando era pequeña, dibujando garabatos, como muchos de los niños que tienen papel y crayones cerca. Aunque en su adolescencia no tenía un interés claro hacia el arte ni hacia los museos, decidió meterse a la universidad para estudiar diseño. Quería dedicarse a una rama creativa, pero se dio cuenta que esa carrera era un medio “artístico” para satisfacer los deseos de los clientes más que medio de expresión.
Para encontrar una panacea que le ayudara a solventar su crisis profesional, retomó el dibujo. Salió al parque con un pedazo de cartón corrugado, algunos crayones y pinturas, y empezó a plasmar lo que sentía. En ese momento tuvo una catarsis: descubrió la textura de la pintura entre sus dedos, la sensación rugosa de su lienzo, y la magia de pintar con sus manos. Desde ese momento, con tan sólo 19 años, supo que lo suyo era ser artista, y que no necesitaba una educación formal para serlo.

Su técnica es sencilla: vierte pintura en un plato de plástico y con los dedos combina los colores. Remoja su índice en la mezcla y con un movimiento de muñeca, coloca un poco en la esquina inferior izquierda, al centro y en la esquina superior izquierda de su lienzo. Con pequeños toques empieza a plasmar un mundo colorido a través de manchas y de manera intuitiva. Mientras se seca una capa, prosigue o continúa con otro lienzo o pedazo de cartón.





Su éxito vino relativamente pronto. En 2003, Rokkaku contrató un stand en la cuarta edición de Geisai, una feria de arte para jóvenes talentos organizado por Takeshi Murakami con sede en Tokio, e inmediatamente ganó un premio de incentivo. Tres años después, en 2006, en la novena edición de la misma feria de arte, ganó un premio mayor, apoyado por pesos pesados del jurado como François-Henri Pinault, empresario propietario de varias marcas de lujo y de la casa de subastas Christie’s –y ya en el chisme, esposo de Salma Hayek– , y el arquitecto Tadao Ando. Murakami, viendo el arte de la joven, la invitó a participar en una exposición colectiva con otros seis jóvenes artistas japoneses en Art Basel, la feria de arte moderno más prestigiosa del mundo, en junio de 2006.
En esta última, se encontraba el galerista neerlandés Nico Delaive que se enamoró del arte colorido de Rokkaku. Sin pensarlo, la invitó a Amsterdam a trabajar y a tener su propia exposición. Esta experiencia le permitió trabajar ahora con lienzos de lino de un formato mucho más grande: en vez de estar sentada sobre el suelo, empezó a pintar de pie. Incluso, en muchas de sus exposiciones permite al público verla en su proceso, pintando con sus manos, muchas veces descalza y de puntillas para alcanzar la parte más alta de su canvas ya que sólo mide un metro 56.




A los 13 años tuvo su primer acercamiento al arte: una obra de Jean-François Millet en un libro. El uso de los colores para jugar con la luminosidad del cuadro bucólico la impresionaron tanto, que la luz influiría claramente en su trabajo. Después de conocer Ámsterdam, se convirtió en ciudadana del mundo, inspirándose de las variaciones de la luz de cada ciudad: lo tenue de Tokio, lo claro de Ámsterdam, lo cálido de Oporto, lo contrastante de Nueva York y lo sobrio de Berlín. Además, conoció nuevos museos, nuevos artistas, que le permitieron recalcar la magia de un artista: un cuadro puede trascender el tiempo y el espacio.
Con su impresionismo digital se divierte como una niña y eso queda plasmado en su obra. Los temas son accesibles, y sus cuadros transmiten energía, cercanía y retratan sus emociones, positivas y negativas, alejándose de significados barrocos y títulos pseudo-intelectuales. Ella pinta porque esto la hace feliz, porque puede crear mundos nuevos, porque se siente viva y porque de esta forma encontró su propia identidad.




Muchos artistas han querido volver a pintar como cuando eran niños. Miró era uno de ellos. Muy pocos lo logran porque no pueden olvidar las reglas, las lecciones formales, el status quo que define el arte… Ayako Rokkaku sólo busca contar las historias que surgen de su imaginación, como cuando un niño dibuja un triángulo verde y lo describe como un perro extraterrestre que vino a comerse un gato. Y esta sencillez ha hecho que se convierta en una artista con que la gente se identifica y no tiene que fingir una cultura estética.
