
Durante las últimas semanas, he estado muy abrumada con la invasión rusa a Ucrania. Esta situación me enoja, me frustra, me deprime. Me siento impotente de no poder ser útil, de ser capaz de ayudar más a los refugiados y a las personas que se han quedado atrás. Trato de leer poco las noticias para no caer en el agujero negro causado por la ansiedad de mi propia mente, pero aún así, no hay día en el que quiero gritar a los cuatro vientos que después de todas las guerras que el ser humano ha sobrevivido, no hemos aprendido nada. Y sé que la situación es peliaguda; los países de alrededor, la ONU y la OTAN tienen que ser precavidos para evitar un caprichoso uso de ojivas nucleares y prevenir que otros países decidan trazar rutas parecidas para reconquistar territorios soberanos.

Confrontar el conflicto con más conflicto no trae nada bueno. Los ánimos se caldean, las ganas de culpar a los contrarios aumentan, y el odio irracional crece. Es aquí que las manifestaciones pacíficas se vuelven más efectivas, ya que incomodan pero no buscan generar una reacción violenta, sino el espacio al diálogo. Lamentablemente, el miedo muchas veces puede más, y las marchas se ven como una gran amenaza política que hay que afrontar con vallas, granaderos, armas y tanques, convirtiendo una acción ciudadana que se respaldaba por la libertad de expresión a un incidente ilegal que debe ser sancionado con catorrazos, cárcel o hasta muerte.

Es aquí donde el papel de los periodistas y fotorreporteros se vuelve fundamental. Los gobiernos opresivos anularán la noticia o empequeñeceran las cifras de heridos y muertos, ciertamente culpando a los manifestantes como alborotadores violentos de la paz. Esa demagogia se ve truncada por las palabras objetivas de una prensa que busca transmitir la verdad y publicar imágenes irrefutables tan poderosas, que nadie puede negarlas y que incluso dan la vuelta al mundo convirtiéndose en íconos históricos de la memoria pictórica universal.
Una de las fotografías que se volvió referente de las manifestaciones pacíficas, fue hecha hace 55 años, específicamente el 21 de octubre de 1967. Ese día, cerca de 100 mil personas marcharon en Washington, D.C., hacia los edificios del Pentágono para manifestarse pacíficamente contra la guerra de Vietnam. Al llegar, una cerca de guardias nacionales armados con ballonetas obstaculizaban el acceso.

Marc Riboud (1923-2016) fue un fotoperiodista francés que trabajó para la famosa agencia Magnum. Durante la década de los sesenta, realizó varios viajes a Vietnam para ver con sus propios ojos y capturar con su propia lente las escenas de guerra de las que oía hablar en los medios de comunicación. Él mismo, estando ahí, sentía una mayor empatía por los vietnamitas que se resistían a los bombardeos, y constató que la simpatía ayudaba realmente a entender un país, por una persona, mucho mejor que la indiferencia o la «objetividad’. De vuelta a los Estados Unidos, se enteró de una manifestación y decidió cubrirla.

Durante todo ese día, Riboud estuvo tomando fotografías, hasta que se quedó sin rollos. La última imagen que tomó fue la de una chica de 17 años llamada Jan Rose Kasmir que se acercó a uno de los guardias y le ofreció un crisantemo. En ese tiempo, no existían los influencers que necesitaban compartir en redes sociales sus actividades para comprobarle al mundo sus bienaventuranzas. Sólo bastó que ella y un fotorreportero coincidieran para crear una imagen trascendente que resumía la verdadera intención de la marcha.

Los ucranianos en todos estos días han procurado manifestarse pacíficamente contra los ejércitos rusos. Incluso han ofrecido comida y llamadas telefónicas para que éstos pudieran comunicarse con sus madres. La táctica de los civiles, como robar un tanque con un tractor o cerrar el paso al centro de las ciudades con piedras y escombros y manifestándose con letreros muestra una valentía avasalladora (y un tanto cómica). Lo más fácil es atacar con miedo y odio a los enemigos; tendríamos que aprender que es mejor encararlos y regarlarles una flor que represente la esperanza en la paz.