
Los actos funerarios han sido sumamente importantes para los seres humanos. El entierro más antiguo conocido hasta la fecha fue hace 78 mil años en África, para un pequeño de 2 a 3 años de edad. El culto a la muerte ha sido una característica remarcablemente común en todas las sociedades; ya sea por un sacrificio, por guerras, o por un deceso natural, antropológicamente, hay algo que nos llama a tratar el cuerpo sin vida de nuestros conocidos de la manera más respetuosa y ceremonial.
Dependiendo de la época y de la situación geográfica, el tipo de tumba ha ido evolucionando. Con entierros sencillos, ya sea cavando en la tierra o cremando los cuerpos y preservando las cenizas, o con sepelios más elaborados como la momificación egipcia, los seres humanos hemos buscado honrar a nuestros muertos con algún monumento que recuerde su vida. Evidentemente, las personas con más poder político y económico han sido quienes han logrado tener las tumbas más impresionantes de la historia humana, como la Gran Pirámide de Keops en Egipto, el mausoleo del Taj Mahal en la India o la Pirámide del Rey Pakal en Palenque, Chiapas.

Para los primeros pobladores chinos, la mejor manera de conservar a los personajes importantes de su sociedad era recubriéndolos completamente con una armadura de jade. Su primera aparición en el territorio asiático fue con la cultura Liangzhu (en la época del Neolítico chino, hacia el año 3000 a.C. hasta el 2000 a.C.), cuando se usaba este método para enterrar a los guerreros caídos en batalla. Después, durante la dinastía imperial Han (206 a.C. – 220 d.C), las “momificaciones” en jade se popularizaron sobre todo para los entierros de la familia real, nobles y aristócratas importantes.
El jade para los imperios de Oriente, valía muchísimo más que el oro porque se pensaba que era un don sagrado del Cielo y la Tierra; se le consideraba una piedra divina ya que permitía exorcizar a los espíritus malvados, y era usado como un símbolo de poder absoluto adscrito al emperador. A la hora de usarlo en ajuares funerarios, el jade cumplía con una doble función: por un lado preservaba los restos del difunto de la descomposición –incluso, se les embalsamaba con jade pulverizado–, y por otro, conservaba las virtudes espirituales de la esencia de la persona.

Estas armaduras constaban de al menos 2,200 piezas de jade finamente cortadas en formas cuadradas, rectangulares, trapezoidales y romboidales, con perforaciones para pasar un hilo que permitieran crear un traje que se amoldara al cuerpo. El traje constaba de doce piezas: la cara, la cabeza, las partes delantera y trasera, los brazos, los guantes, las polainas y los pies. Como se creía que el cuerpo tenía dos almas, al nivel de la mollera, se dejaba una pequeña apertura por donde salía el Hun o espíritu vital. Pero para que no se escapase el Po o espíritu de la carne, se hacían piezas especiales para ocultar los ojos y tapones para encajar en los oídos, en las narinas y en otros orificios.



Asimismo, durante las pesquisas arqueológicas se encontró un manual llamado Hu Hànsh –o El libro de Han Posterior–, que contenía un conjunto de instrucciones y estándares de calidad para la manufactura de estas armaduras. En éste se supo que un artesano podía tardar hasta 10 años en fabricar una de estas mortajas, por lo que se debía pedir con bastante antelación. Sobre las reglas a seguir, uno de los cánones era el tipo de hilo a utilizar. El traje de los emperadores debía ser enhebrado con oro, mientras que los otros miembros de la realeza debían usar hilos de plata. El cobre se utilizaba para nobles y la seda para aristócratas de rango inferior.


Durante mucho tiempo se pensó que la historia de las momias de jade era un mito antiguo debido a que muchas de las tumbas fueron saqueadas. Muchas de estas armaduras eran dispuestas en ataúdes de la hermosa piedra verde cuyas piezas estaban unidas con cientos de clavos de oro y de otros metales preciosos y acompañadas por collares, sigilos y figurillas. Existía una fuerte demanda de artículos de estos materiales, por lo que los ladrones troceaban el ajuar funerario y derretían los hilos que unían las piezas –lograban adquirir hasta 2,580 gramos de oro– para vender la pedacería a joyeros y orfebres.


Fue hasta 1968, cuando se encontró la tumba del gobernante de la dinastía Han, Liu Sheng, y de su esposa, la princesa Dou Wan que los arqueólogos entendieron que este tipo de entierros no eran una leyenda. La tumba intacta fue descubierta en la provincia de Mancheng, Hebei, detrás de una pared de hierro y confinada entre dos paredes de ladrillo en una cueva dentro de una montaña.
