Inocencio X, el dolor y Francis Bacon

Giovanni Battista Pamphili (1574-1655) se convirtió en el Papa Inocencio X en 1644. Su elección tomó tiempo durante el cónclave del Colegio Cardenalicio; en ese momento se estaban viviendo la última etapa de la Guerra de los Treinta años, un conflicto político-religioso entre los estados europeos partidarios de las leyes de reforma, –antimonárquicos y protestantes– y los que apoyaban la contrarreforma, el Imperio de Carlos V de Habsburgo y el catolicismo. Elegir un papa podía marcar una gran diferencia en este conflicto, por lo que la deliberación para elegir a un nuevo jefe de Estado del Vaticano tomó más de un mes.

Durante los once años de su papado, Inocencio X buscó restaurar la obra católica apoyando acciones de caridad. Por ejemplo, creó Instituto de las Nobles viudas de duelo y el de la Doctrina Cristiana y abolió congregaciones que se habían apartado de la norma religiosa, y durante las inundaciones del Tíber de 1649, abrió su propio palacio para hacer en él distribuciones de víveres.

En cuanto a decisiones doctrinales, proclamó, mediante la bula Appropinquat dilectissima filii, el XIV Jubileo que provocó la llegada a Roma de unos 700.000 peregrinos acentuando el contacto con la gente, asistiendo a los sermones de oradores y embelleciendo la ciudad con obras de Gian Lorenzo Bernini, Francesco Borromini y Alessandro Algardi, de quienes era mecenas. Asimismo, condenó el jansenismo –movimiento religioso que proponía la predestinación gratuita por la gracia de Dios anulando el libre albedrío, y cuestionaba el primado del Papa sobre los obispos–, mediante la publicación de la bula Cum occasione en 1653. 

Obviamente, como toda figura pública, tuvo sus asegunes, y la reputación de Inocencio X se vio ensombrecida por su cuñada, Olimpia Maidalchini, quien usó su influencia y nepotismo en la Santa Sede para favorecer a su familia. Fue tanta la avaricia de la Princesa de San Martino al Cimino, que cuando el pontífice estaba agonizando en su lecho de muerte, ella sustrajo todos sus bienes a escondidas, y al morir el Papa, ni siquiera encargó un ataúd ya que como era viuda, no tenía los recursos para pagar un entierro digno a su cuñado.

Retrato de Inocencio X, 1650, Diego Velázquez, óleo sobre lienzo. (Fuente de la imagen: Wikipedia)

Diego Velázquez realizó el retrato de este pontífice durante su segundo viaje a Italia, entre principios de 1649 y mediados de 1651. Esta obra se considera uno de los mejores retratos de la historia, ya que en lugar de interpretar una realidad, Velázquez tan sólo la plasmó. Con su impecable técnica, el artista español traslada al óleo la textura de las telas, la iluminación de la habitación y la personalidad de Inocencio X que se muestra inteligente, inquisidor y tan real, que sólo le falta respirar. La profunda mirada sigue al espectador creando un momento de connivencia íntima. El Papa al verse exclamó desconcertado: Troppo vero! (¡Demasiado real!); Joshua Reynolds y Oscar Wilde lo elogiaron como “el mejor retrato de toda Roma”; y el crítico Hippolyte Taine consideró esta inolvidable pieza como “la obra maestra de todos los retratos”. 

A lo largo de los siglos, este cuadro no deja a nadie indiferente, y esto le ocurrió a Francis Bacon quien hizo su propio estudio de la obra, pero con el cariz de la insoportable existencia humana. Aunque muchos creen que Bacon está creando un discurso en contra de la Iglesia católica, la realidad es que su obra es más bien una interpretación autobiográfica. En sus pinturas y dibujos, el dolor, la violencia y la desesperación son los protagonistas tácitos camuflados en los sujetos retratados.

Study after Velázquez’s Portrait of Pope Innocent X, 1953, Francis Bacon, óleo. (Fuente de la imagen: Historia-Arte)

Francis Bacon (1909-1992) nació en Dublín, Irlanda, pero siendo sus padres británicos, siempre se consideró inglés. A los 16 años, su padre, un ex-militar severo, se entera de la homosexualidad de su hijo y, ante la indiferencia de su madre, lo echa de casa enviándolo con un amigo de Berlín para que lo convirtiera en un “hombre de verdad”. Ahí, el futuro pintor conocería la bohemia europea, los excesos, el arte en los museos, e iría descubriendo su vocación como artista.

Bacon tuvo una vida atormentada. Sufría de ataques de asma severos desde pequeño, con los cuales, tenían que administrarle morfina para bajar la intensidad. Vivió de cerca conflictos bélicos como la independencia de Irlanda y la Segunda Guerra Mundial, aunque no pudo participar en ninguno ya que lo rechazaron en el ejército por su enfermedad. Sus preferencias sexuales lo convirtieron en un paria en su familia y en la sociedad. Tuvo largas relaciones tóxicas y violentas con sus amantes, quienes destruyeron sus obras, le robaron, y se suicidaron debido a la depresión y la inestabilidad mental que sembraban los excesos. “Entre el nacimiento y la muerte siempre ha existido lo mismo: la violencia de la vida”.

El artista se obsesionó con la representación del cuerpo humano, y se inspiró del dolor de otros artistas para encontrar su propio estilo. En su obra podemos ver el Grito de Edvard Munch, la angustia de los cuadros negros de Francisco de Goya, la depresión de Vincent Van Gogh, la violencia de la película El acorazado Potemkin de Sergei Eisenstein, los colores de Edgar Degas, la crudeza y la belleza en la realidad de Chaïm Soutine, la composición monstruosa de las caras cubistas de Pablo Picasso… es por eso que sus obras transitan entre el informalismo, el expresionismo, el surrealismo y el racionalismo.

Para su Estudio del Papa Inocencio X, hizo más de cuarenta pinturas. En la más famosa, el pontífice parece gritar mientras es ejecutado en una silla eléctrica. Las líneas verticales dan un dinamismo de una implosión, dejando a la vista el fantasma de una existencia dolorosa llena de rechazos. Los colores violetas y amarillos señalan la descomposición del cuerpo, de la sangre asentada y de la bilis. Las gotas en los vestidos papales parecen sangre derramada. El sujeto está solo, al igual que el artista, al igual que quien mira. El horror genera una empatía incómoda, que recuerda la vulnerabilidad humana. El grito no se oye, pero se siente, cimbrando la fortaleza aparente del espectador.

“Nacemos con un grito, nos encontramos en la vida con un grito, y tal vez el amor sea un mosquitero entre el miedo a la vida y el miedo a la muerte. Esa fue una de mis obsesiones reales. Los hombres que he pintado estaban en situación extrema, y el grito es una transcripción de su dolor”.

Francis Bacon en su última entrevista en 1992.

Publicado por Miss Chalak

Curiosa empedernida y adicta a la hipervinculación. Descubrió que es amante de la semiótica y los idiomas cuando estudiaba una maestría en Historia del pensamiento. No entiende por qué decidió describirse en tercera persona.

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