
Edward St. John Gorey (1925-2000) nació en Chicago, hijo de un matrimonio entre un reportero de crímenes, demócrata y devoto católico y una ama de casa, republicana y anglicana episcopal. La vida familiar iba a ser caótica: sus padres se divorciaron cuando Gorey tenía 11 años; se mudó mucho por los trabajos de su madre; su padre se casó con la vedette que salió en la película Casablanca cantando la Marsellesa; su padre se volvería a divorciar; sus padres, después de 16 años de divorciados, se volverían a casar… A pesar de todo esto, no fue una infancia infeliz ni traumática. El pequeño Ted, como todos lo llamaban, se refugió en las aventuras que tenía cada vez que visitaba a sus dos primas y en los libros. Como niño destacó siempre de los demás, no sólo con su inteligencia superdotada y su imaginación vivaz, pero por su gusto de leer libros poco comunes para su edad: Drácula de Bram Stoker y Frankenstein de Mary Shelley fueron de los tomos que le inculcaron su fascinación por el inglés antiguo y los escenarios lúgubres.
De mayor, empezó a estudiar en el Instituto de Arte de Chicago, pero cuando Estados Unidos se unió a la Segunda Guerra Mundial, lo llamaron para servir como secretario militar en Utah, donde tuvo que aprender japonés. Terminado su servicio, y gracias a una ley que permitía a todos los veteranos estudiar en universidades de renombre, hizo su carrera en Harvard, donde aprendería francés. En esos años, Gorey afianzó su personalidad y su estilo: muchos collares, anillos en cada dedo de las manos, abrigos de piel combinados con tennis. Se convirtió en un eterno anglófilo, se enamoró del ballet de Balanchine, y empezó a trabajar en sus versos victorianos a la forma de haikus… y descubrió su misión en la vida: incomodar a la gente.

Según Paul Éluard, la “Gran y Simple Teoría Sobre El Arte” de Gorey se basa en que todo es arte, presumiendo que algo determinado no es lo que aparenta en realidad, dejando atrás la obviedad de la superficie por lo elaborado de la materia. Aunque es nombrada “simple”, no lo es ya que mezcla su rechazo taoísta de la epistemología de algunos filósofos occidentales, con su conciencia basada en los límites del lenguaje de Derrida y Becket, la importancia de la ambigüedad y de la paradoja de los juegos textuales de Barthes y los poemas japoneses, y su sentido surrealista a la Lewis Carroll que existe otro mundo aún más curioso. En resumen, su preferencia estética era por las cosas que no son una o la otra, sino ambas, por la ambigüedad, las indirectas, los juegos inteligentes de palabras, los seudónimos, y, sobre todo, el misterio.
Muchos lo consideran un ilustrador antes de un escritor, pero Gorey siempre pensaba en las palabras antes de crear sus ilustraciones llenas de detalles minuciosos, similares a los grabados decimonónicos donde el sombreado se hacía a través del juego de finas líneas. Sus libros, que parecerían en un principio para un público infantil, tornaban siendo incomprendidos como sádicos y crueles, en vez de simples historias con niños desdichados que no tenían supervisión adulta y que morían de manera graciosamente oscura. Y es ahí en donde Gorey estaba adelantado a su tiempo: no le importaban las normas comunes de civilidad, sólo quería disfrutar de su humor cáustico aunque causara malestar sin importar la sensibilidad cristalina de sus detractores.
Edward Gorey fue un excéntrico a los ojos del común denominador. Después de vivir en Nueva York como ilustrador editorial, se mudó a Cape Cod, Massachusetts, a una casa del siglo XIX en un estado decadente, con una familia de mapaches en el sótano, una vaina de hiedra venenosa creciendo en un fisura de su sala, más de 21 mil libros acomodados alrededor de la casa, una cabeza de momia guardada en el clóset, una colección de postales de bebés victorianos muertos, y muchos gatos como co-inquilinos. Pero en el fondo era un hombre sencillo y sensible que encontraba la magia y el asombro a su alrededor con los ojos de un niño en el cuerpo de un hombre barbudo. Ejemplo de esto fue cuando, en una entrevista para el New Yorker, le dijo al reportero que tuvo un gran trauma en esa semana perdiendo su piedra favorita; pensaba que se iba a morir, pero al final la encontró.
Uno de los libros que más ejemplifica su personalidad, su talento de contar historias misteriosamente oscuras, su sentido del humor, su destreza para las texturas es The West Wing o El Ala Oeste. Sin palabra alguna, Gorey fue capaz de trasladar al lector a la parte más extraña de una mansión victoriana para que éste observe –que mire de verdad cada detalle–, y descubra los insólitos sucesos que moran en sus habitaciones.




La prosa y los versos de Gorey inspiraron los libros de Lemony Snicket y la narrativa de Neil Gaiman, y sus ilustraciones formaron la estética de Tim Burton. Aunque es más reconocido por su Tony a mejor vestuario por su participación en Drácula de Broadway y por su estilo sombrío, es importante destacar la consistencia de su personalidad. Al final fue una persona que decidió seguir sus pasiones, defendió la belleza y la cultura –desde Jane Austen hasta Buffy la cazavampiros–, y encontró la paz viviendo con sus gatos, con su gusto por lo gótico y con su desdén a la odiosa necesidad social de hacer contenidos felices y sin sentido para mantener a todos contentos.
